martes, septiembre 30, 2008


De cosas curiosas vive el hombre, y yo no iba a ser menos. El otro día, cuando iba en el asiento de atrás de un coche destino a Ponte de Lima me di cuenta de una cosa: cuando viajo siento la necesidad de hacerlo en una dirección: hacia el oeste. Sí, sonará raro, extraño... pero si viajo en contra del movimiento del sol me entra una extraña sensación en el cuerpo. Me agobio, siento incluso frustración, como si me fuese encerrando en el mundo. Puede que en parte se deba a que vivo donde las olas del Atlántico acarician la costa, o puede que se trate de una huída. Huir de la noche cuando todavía es de día, o huír de la luz del sol cuando las estrellas aún juegan a desordenarse en el firmamento.

En parte, la luz es distinta. Viajando hacia el sol, todo tiene un color brillante, luminoso, como invitándote a seguir las montañas. En su contra, todo son sombras, huidizas, bares con luces de neón y gasolineras vacías. No sé, puede que sea una conducta que huye del pasado y busca el futuro, pues a fin de cuentas, el Este ya fue; el Oeste todavía será.

Me tendré que psicoanalizar para entender este comportamiento. Se abre la veda señores.

P.D: Gracias a Juanjo por ayudarme a escoger la fotografía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Camino de la bifurcación, entre el día y la noche, rolando a poniente.

Un saludo.

Noe dijo...

Disculpa mi simpleza ed comentario...
Pues la verdad yo nunca me paré a pensar en que dirección me siento más comoda al viajar... será porque siempre me quedo dormida jajajajajaja!!!

Y ahora algo culto...


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lo siento no me sale nada ^^U

Un besoteeeeeeeeeee